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  • Foto del escritorPeregrino Errante

Mis plegarias fueron escuchadas...

Hace algunos meses emprendí una travesía con mi carpa y mi mochila por las montañas del Caúcaso. Además de las ansias de aventura y sed de paisajes, tenía un objetivo. Quise aportar mi pequeño grano de arena en la construcción de ese misticismo argentino tan necesario y hermoso que sembramos entre todos para que ese anhelado sueño se hiciera realidad.


Caminé sin descanso por las montañas caucásicas atravesando cordones montañosos, campos de flores, bosques y glaciares. Durante el segundo día de caminata llegaría a uno de los glaciares más hermosos y grandes de la travesía, y luego tendría que cruzar por un cordón montañoso para continuar camino al siguiente pueblo donde pasaría la noche.


Luego de varias horas de subida, cuando por fin llegué a la cima del cordón montañoso, donde se podía observar el inmenso glaciar Adishi, me quité la mochila de la espalda y me saqué el abrigo para relucir la celeste y blanca, con el diez impreso y el nombre del argentino vivo mas conocido en el mundo, frente al monstruo de hielo. No fue casualidad. Como todo argentino durante este año yo también quería hacer mi sacrificio, brindar mis plegarias en algún lugar sagrado y llevar la celeste y blanca lo más alto posible, luego quedaría en manos de leones y lioneles el cumplir el sueño colectivo del pueblo del sur de América.


Cerré los ojos, respiré el aire frío que venía desde el majestuoso glaciar, levanté mi frente al cielo nublado y pedí el máximo deseo con palabras que se congelaron en el hielo de Adishi. Abrí los ojos, busqué mi cámara y justo en ese momento estaba llegando un grupo de españoles y un alemán que venían subiendo a la par mío hacía dos días.

- Muchachos ¿me podrían sacar una foto?

- Claro tío, dame la cámara a mí que soy fotógrafo. – Me dijo uno de los españoles del grupo con un tono un poco altanero.

- Por favor, fíjate que se vea el glaciar y, sobre todo, que salga el 10 y Messi. Este tiene que ser el año. – Se me escapó un poco fuerte entre el frío y la emoción.


Todo el grupo de españoles se rieron como si hubiera hecho un chiste. El alemán, que entendía un poco de español, también se rio por lo bajo. Antes de girarme para que me tome la foto que quería, observé los ojos de cada uno de ellos vestidos de risas soberbias, de insolencia, de miren al argentino ilusionado. Guardé silencio, les devolví una sonrisa, giré y esperé a escuchar el disparo de la cámara.


Segundos después comenzó a haber una serie ininterrumpida de desprendimientos del glaciar. El golpe de los bloques de hielo hacía tronar las montañas. El cielo se abrió y, contra todo pronóstico, los picos mas altos de las montañas del Cáucaso se mostraron como templos antiguos inmensos que no infundían mas que belleza y respeto. Sentí que fue un regalo, una señal, un mensaje. Decidí no sacar ninguna fotografía y solo contemplar su belleza indescriptible. Pensé en mi país, en los Andes, en mis plegarias. Bajé caminando tranquilo y en paz. Alguien había visto y escuchado. No tenía dudas. Tenía que suceder, tenía que suceder… .



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