El Kurdistán, la policía y Messi.
- Peregrino Errante
- 26 may 2022
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 27 may 2022
Para muchos la palabra Kurdo o Kurdistan es sinónimos de terrorismo, violencia, armas o mala gente. De hecho si escriben la palabra “kurdos” en Google imágenes seguramente aparezcan solo militares y armas. Yo solo puedo pensar en hospitalidad, solidaridad y amabilidad y no tengo más que palabras de agradecimiento.

Después de mi paso por Göreme me propuse llegar al Monte Nemrut ubicado dentro del Kurdistan turco. Pase por Gaziantep en primer lugar, donde estuve unos días con mi amigo Carlos, un argentino que decidió venir a vivir a Turquía con quien tuve el placer de hablar tranquilamente y en profundidad sobre la vida y la cultura en mi propia lengua materna. La aventura comenzó unos días después. Salí temprano en la mañana hacia un pueblo llamado Kahta con el fin de acercarme lo más posible a la base del Monte Nemrut y subir al día siguiente. Como pasa siempre que uno planea algo en un viaje de estas características, no sucedió nada de lo planeado.

En Kahta, al costado de la ruta con el pulgar hacia arriba esperando ese momento mágico en el que un conductor empático se detiene para llevarte unos kilómetros del camino, conocí a Randi un viajero de EEUU que andaba transitando la misma ruta. Con dos dedos en alto las probabilidades debían aumentar para alcanzar nuestro objetivo antes que llegue la noche. No pasó mucho tiempo. El primer auto que se detuvo era conducido por un kurdo de unos 65 años de edad. Nos comentó que tenía un local donde servía té en un pequeño pueblito junto al camino que debíamos seguir y quería invitarnos a tomar un Çai. Aceptamos con gusto y disfrutamos un rato con sus amigos, también kurdos, entre risas y chistes, algunos inentendibles.

Se hacía tarde así que luego de tomar el té y agradecer continuamos nuestra andanza. Caminamos no más de 10 minutos por la ruta hasta que una pareja oriunda de Rumanía nos subió a su auto y amablemente nos llevó directo hasta la base del Monte desviando su camino casi 20 km. Y así de sencillo fue llegar hasta la meta. Allí estábamos, a las 5 de la tarde admirando asombrados las cabezas talladas en piedra hace mas 2000 años atrás, cuidando la tierra con su mirada eternizada en la roca reposada en el horizonte. El Monte Nemrut, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, fue una tumba enviada a construir por el rey Antioco I de Comagene, en el siglo I a.C, con el fin de ofrecer gratitud a sus dioses y ancestros, ubicada a 2150 metros de altura. Son impresionantes las cabezas talladas en la roca en alusión a los Dioses armenios, griegos y persas, como así también animales y al propio Antioco I.

Hasta aquí el día transcurría con cierta normalidad. Nunca me imaginé que iba a terminar como terminó. Era momento de volver. Dos opciones, un dilema. Acampar en algún lugar resguardados del frío de la noche o izar nuestros pulgares, y con la bendición de los dioses griegos, armenios y persas, llegar de un tirón a la mística ciudad de Urfa. Elegimos la segunda pero no salió como pensábamos. Comenzamos a descender caminando, nos equivocamos de camino y nadie nos levantaba. Luego de caminar varios kilometros entre medio de las montañas, ya de noche y pensando en buscar un lugar donde acampar, nos subió a su auto una pareja turca que iba en dirección a una ciudad llamada Adiyaman, en la dirección contraria de nuestro objetivo. Aceptamos sin rodeos y hacia allí nos dirigimos. Llegamos cerca de la media noche, era tarde, comimos en el primer lugar que encontramos abierto y no teníamos donde dormir. Intentamos primero dormir en una mezquita. Mi compañero lo había hecho en distintas oportunidades y nunca había tenido problema, excepto esa noche, ya estábamos casi acostados cuando nos informan que no podíamos quedarnos debido a que esa mezquita era cerrada con llave en la noche. Situación extraña ya que generalmente las mezquitas están abiertas las 24hs del día.
Mientras deambulábamos con nuestras mochilas por la ciudad apareció un grupo de policías turcos, eran jóvenes y les tocaba la guardia nocturna. Comenzamos a hablar con ellos, les comentamos que no teníamos donde dormir. Nos hicieron unas preguntas y nos dijeron entre señas, luego de haber intercambiado miradas y palabras inentendibles entre ellos, que los acompañemos. Yo empecé a dudar. Era tarde, casi nadie en la calle, y como en todo el mundo, aquí también los comentarios sobre la policía no habían sido buenos y nos pedían que fuéramos con ellos sin entender hacia donde. Tenía que intentar descifrar sus intenciones. Podría haber estado yendo a la boca del lobo sin saberlo y no era mi idea pasar una experiencia desagradable. Así que jugué la carta, esa que nunca falla y deja al desnudo las intenciones de cualquier ser que habita este planeta tierra.
Me adelanté hasta el grupo mayoritario de los policías, los miré a los ojos, me señalé el pecho con el dedo y dije la palabra mágica"MESSI". Mis sospechas se disiparon en ese momento, no había nada que temer. Primero una sonrisa simultánea y luego las pupilas dilatadas de los jóvenes kurdos como si de un hechizo se hubiera tratado. Comenzaron las expresiones y los chistes, "¡Argentino!" "¡Para mí Cristiano Ronaldo es mejor!" "¡Aguante Di maría!” “¡Diego Maradona!”. Caminamos entre risas y abrazos en una disputa de palabras aisladas entre personas que no entienden la lengua del otro pero que se sienten del mismo equipo. Ya no había dudas, querían ayudarnos a conseguir un lugar seguro donde dormir.

Y así fue, terminamos en un local donde la gente va a tomar Çai (té turco). Nos acomodaron con una amabilidad y felicidad inentendible en una habitación pequeña con dos sillones y nos llenaron la panza de Çai hasta que rogamos que no nos den más hasta el otro día. Que dicho sea de paso, al día siguiente los trabajadores del local y el dueño nos invitaron a tomar el té y desayunar con ellos felices de haber cuidado de nosotros y ser nuestros anfitriones en esa noche donde los dioses tiraron finalmente el centro y el diez argentino se encargó de meter delicadamente, como de costumbre, la pelota en el arco y regalarnos la victoria. Los días siguientes fueron intensos y movilizantes. Ya en territorio habitado mayoritariamente por kurdos, sirios exiliados de su tierra y árabes. Pasé unos días en la llamada “ciudad de los profetas”, la ciudad de Urfa, donde el misticismo y la espiritualidad te atraviesa de pies a cabeza, desde el corazón hasta lo más profundo del alma. Y posteriormente, y desde donde escribo estas líneas, vine a la ciudad de Mardin. Ambas ubicadas a muy pocos kilómetros de la frontera con Siria.

No voy a hacer mayores comentarios sobre los inesperados e intensos días vividos en ambas ciudades ya que exceden la idea de este texto. Sólo un pequeño comentario. Mis días, hasta hoy, en el territorio kurdo de Turquía han sido increíbles. No he recibido más que hospitalidad y amabilidad por parte de la mayor parte de personas que he cruzado en el camino. Por otro lado, es fuerte comenzar a ver poco a poco las consecuencias de las guerras y conflictos armados que hay en los alrededores del país. Empieza a ser cotidiano ver en la calle personas, niños y niñas con mutilaciones y amputaciones en distintas partes del cuerpo, sin trabajo y viviendo en condiciones deplorables. Leo las noticias donde presidentes piden autorizaciones a organizaciones militares para atacar territorios con una liviandad y cinismo despreciable. Las consecuencias no las sufren ellos. No es la religión, ni la seguridad nacional. Son los intereses económicos, la ambición irrefrenable de poder, lo que deja sin brazos, manos o piernas a los niños y niñas, tal como el que se acerca hacia mí ahora mientras escribo estas líneas, con su mirada perdida en un horror pretérito, probablemente a pedir dinero, como cientos de niños y niñas que deambulan en las calles de estos pueblos y ciudades buscando la forma de no irse a dormir cada noche con el estómago vacío.

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